España es finalista de una Copa
del Mundo. No es un sueño de una noche de verano, calurosa como nunca. Es una
realidad absoluta. España devoró a Alemania realizando un
formidable ejercicio futbolístico, sublime, escribiendo un capítulo inolvidable
en su historia contemporánea. España, merced al tanto de Puyol, buscará culminar
su sueño contra Holanda, final que dará un nuevo campeón. Y ese trofeo no debe
escaparse, las grandes selecciones como España merecen un epílogo
mitológico.
Del Bosque sorprendió con Pedro en lugar de Fernando Torres, su protegido durante todo el camino hasta semifinales. La decisión fue extremadamente acertada. El canario rayó a una gran altura, siendo un dolor de cabeza para los defensas germanos. Su presencia en banda izquierda y su movilidad entre líneas desconectó a los alemanes. No sabía ni qué hacer ni cómo frenar las andanzas de Pedro. Mucho menos a la hora de anular a Iniesta, Xavi y Xabi Alonso, maestros solistas cuando el esférico pasaba por sus botas. Los alemanes corrían de un lado a otro sin capacidad para robar el balón y montar un rápido contragolpe. Ése era su idea; consecuencia de saber sus limitaciones y del respeto existente ante España.
No hubo tromba de Alemania como sucedió contra Argentina. Sí hubo, por el contrario, una milagrosa intervención de Neuer ante Villa cuando éste se disponía a rematar una milimétrica asistencia de Pedro, incombustible y omnipresente, como el resto de acompañantes del medio campo de España. Porque ahí se fraguó, a fuego lento y con abundantes dosis de buen fútbol, la clasificación para la final contra Holanda. Del Bosque acertó en su decisión táctica y España gobernó esos terrenos con una abrumadora autoridad y poderosa ambición; incontestable desde el lado de Alemania. No había ni señales de Schweinsteiger, Özil o Khedira. Menos aún de Podolski o Klose, desaparecidos como el resto de sus compañeros.
Puyol, un gol para la historia
España no sólo controlaba
el centro de las operaciones; las bandas, también, eran de su propiedad. Allí
aparecían con asiduidad Sergio Ramos, Iniesta, Capdevila y el mencionado Pedro.
El único déficit estaba en las ocasiones. España, como ya ha acontecido en otros
encuentros de Sudáfrica, se obcecaba en acceder al festejo por el centro o con
balones colgados al área, donde ahí, sí Alemania se mostraba imponente.
Si el fútbol de toque es la seña de identidad de este grupo, la paciencia es otra de sus innumerables virtudes. España se sabía superior, pero no se agobió por el retraso en plasmar esa superioridad en el marcador. La selección tuvo el cuajo suficiente para no destemplarse en un encuentro de máxima exigencia. Ni siquiera de sentir miedo o, al menos, dudas. Ni se inquietó con las contras aisladas de los alemanes. Es más, los primeros veinticinco minutos del segundo acto fueron memorables, antológicos, imborrables. España demostró los motivos de su condición de selección a batir. Alemania estaba desorientada, doliente, sabedora que únicamente un milagro cambiaría su destino, el cual ya estaba escrito desde que saltaron al campo. Y eso que estuvo cerca de alterarlo cuando Kroos hizo esmerarse a Casillas, nuevamente en su versión de santo.
El destino de unos y otros se confirmó a veinte minutos de la conclusión, cuando, paradójicamente, un vuelo de altura de Puyol, en un córner, perforó la meta de Alemania. Otro gol para la historia, acompañante del de Zarra, Marcelino y Torres.
Hasta entonces, los teutones no habían errado en esa faceta. La acción hizo que España retrasase sus posiciones en el campo, empujada también por ese gen resistente de Alemania, siempre, eso sí, a base de mandar balones al área por vía aérea. Y eso que cuando tuvieron el balón, ésta nueva generación, acunada por Low, buscó parecerse, en la lejanía, a España.
Pero ni por alto ni por bajo. La Selección, bien armada, situada, fresca en mente y piernas, se defendió con criterio atrás y erró en ataque un par de ocasiones de espantarse el sufrimiento. Ni Torres ni Pedro, acertaron. No pasó nada. España aguantó hasta la conclusión con esa entereza y saber estar que distingue a los campeones, como anteriormente, exhibió su repertorio creativo. Virtudes suficientes como para hacer aún más realidad ese sueño de verano de convertirse en campeones del mundo. Es una generación que merece este honor y que, de momento, está ya a las puertas del paraíso del fútbol.
Rafael Merino.