El fuerte seísmo del sábado en Chamartín no tuvo réplicas. El Real Madrid se impuso con absoluta justicia al Almería. Normal, aunque con cierto aire disperso; durante muchos minutos, derrocharon ese espíritu de remontada desenterrado en estos días previos; en otros momentos, escasos eso sí, se evidenció un cierto aire apático. La Liga sigue en el punto de mira y esto es así porque ese arsenal ofensivo permanece intacto. Fue suficiente, como en tantas ocasiones y sólo Diego Alves (con trece paradas de mérito) impidió una victoria menos agobiante y más contundente.
El epílogo entraba dentro del argumento de este encuentro, aunque quizá no tanto el comienzo. Se esperaba, se presagiaba, un Almería con el cuchillo entre los dientes, aprovechando el delicado momento psicológico de los blancos, en los primeros intercambios de opiniones; y sucedió todo lo contrario. Los andaluces cedieron el campo y el balón al Real Madrid. No sólo eso. Les permitieron moverse a sus anchas, tocar con inusitada facilidad el esférico y generar ocasiones como para sentenciar el encuentro en diez minutos. Y los blancos se sintieron con peso, con ganas de demostrar que esta Liga está viva y ellos tienen cuerda.
No se sentenció, sin embargo, el choque hasta el segundo acto porque Alves se empeñó en demostrar que Brasil no sólo tiene excelentes artistas ofensivos. Van der Vaart, en sendas ocasiones, y Cristiano Ronaldo, de lanzamiento directo, fueron sus primeras víctimas. No serían los únicos. Quien más quien menos hubiera apostado por un cómodo triunfo blanco, más o menos como en Getafe. Y hubieran visto irse el dinero. Alves demostró muy buenas maneras.
El Almería, hasta entonces comportándose como en un amistoso, lanzó al séptimo de caballería sobre Casillas. Es decir, a Piatti y Crusat, autor del tanto local en fuera de juego, sus dos únicas armas. Ambos acabaron dando más de un dolor de cabeza a Ramos y Albiol (sancionado para la cita del Valencia), aunque sus esfuerzos no se vieron compenetrados con Uche, que entre fueras de juego y poses para el fotógrafo (falló un gol a puerta vacía) acabó minimizando el peligro de sus compañeros.
Alves no finiquita la Liga
El Real Madrid, después de
sestear durante esos minutos posteriores al tanto de Crusat, como digiriendo
pacientemente el contratiempo en forma de tanto, arrancó, otra vez, la
maquinaria ofensiva, o más bien, el arte de Cristiano Ronaldo.
El luso es todo sangre. Competitivo al máximo. Veloz como nadie en el campo.
Ambicioso. Lo es todo, para no extenderse en los comentarios sobre este mesías
de Chamartín. El tanto del empate lo dice todo: se marchó de tres entre
bicicletas y amagos antes de cruzar ante Alves. Una maravilla de tanto.
Pero no sólo eso. El luso es una estrella en los pequeños detalles, como el
sacar de banda rápido para sorprender o correr a un balón sin opciones.
Muchos compañeros deberían aprender de él. No es el caso de Guti. El de Torrejón (con un disparo al poste) es necesario en el esqueleto, aunque tenga sus salidas de tono. Aporta claridad al juego y eso tiene su mérito porque se vuelve espeso hasta límites insospechados. Van der Vaart estuvo a su altura, como Xabi y Gago, aunque con esos lapsus habituales en todo el organigrama.
Mientras el Real Madrid navegaba en direcciones opuestas, a veces con ambición y otras con conformismo, el meta Alves seguía a lo suyo: dando carrete al encuentro. Y cuando no actuaba el brasileño, sus defensas (Michel) sacaban balones sobre la línea, como ese balón que Higuaín estuvo a punto de embocar. Las ocasiones caían en cascada y, aunque no por juego, el Real Madrid ya era el dominador a los puntos. Faltaba el golpe en el mentón y mandar al adversario a la lona.
No se hizo esperar al epílogo. Llegó antes, obra de Van de Vaart (especialista en remontadas tras sus actuaciones ante Sevilla y Sporting), con un preciso y precioso disparo desde el balcón del área. La puntilla, sin embargo, no llegó. Y eso hizo que la velocidad del Almería y la empanada de los defensas blancos aportaran ciertas dosis de emoción, inaudito cuando el Real Madrid había atesorado méritos suficientes para llevarse el duelo por goleada. Le queda eso y las ganas, menos cuando se dispersa en sus asuntos banales, de llevar la contraria a todos: que la Liga no está cerrada. Que está viva y que ellos se sienten vivos. Se cree en la remontada y Valencia es la próxima cita, justamente en el epicentro del seísmo. Será otra prueba para creer.