No hubo milagro. Ni siquiera un escueto
acercamiento de tensión. No hubo nada de nada. Por no haber no hubo ni victoria.
El Real Madrid cerró el curso con un paupérrimo empate en La
Rosaleda. Una despedida amarga, excesivamente triste, no sólo en cuanto
al resultado, sino más bien a la imagen ofrecida. El despertar al sueño de
coronarse como campeones fue bastante áspero. Todo corrió a cargo del Málaga, un
equipo que se jugaba la permanencia, hizo ver a los blancos que los sueños,
sueños son.
Y no se tardó demasiado en comprobar está máxima de Calderón de la Barca. Fueron suficientes ocho minutos. Un contragolpe veloz y certero de los malacitanos hizo comprobar al Real Madrid que su tarea de ganar no sería sencilla. Y que sus aspiraciones de cazar al Barcelona eran una quimera. Entre Caicedo y Duda causaron un derrumbe en cadena de la defensa blanca, más centrada en defender con la mirada que con las piernas. Consecuencia: a remar como en tantas otras ocasiones.
Tampoco es novedad, aunque ésta vez, el equipo estaba más tenso, más nervioso, menos preciso… como viendo que cualquier esfuerzo no tendría recompensa. Pocos o más bien ninguno pensaba en un obsequio del Valladolid. La comprobación a este pensamiento llegó mientras se trataba de nivelar el encuentro a base de acciones individuales (un centro de Ramos y remate de Cristiano Ronaldo) o de algún coletazo colectivo cuando intervenía Van der Vaart. El tanto en propia meta de Luis Prieto en el Camp Nou supuso el segundo revés.
Sin argumentos para ganar
En menos de media hora, el
sueño se había esfumado. Ya nada había que hacer, salvo alcanzar los noventa
minutos desplegando una aceptable imagen de cierre de campeonato. Tampoco hubo
nada de esto. El Real Madrid fue más anárquico, apático y espeso que
nunca. Ni Cristiano Ronaldo encontró motivaciones para hacer más
llevadero el paso de los minutos. La excepción a esta regla estaba en el
banquillo: Pellegrini no paró ni un segundo en dar instrucciones. Él sí deseaba
marcharse con tres puntos en el bolsillo.
No pudo ser. En parte porque ni siquiera hubo pólvora y porque los escasos cartuchos no acabaron de explotar. Munúa desbarato buenas acciones de gol a cargo de Cristiano Ronaldo, Van der Vaart (regresó al once tras su lesión) y Marcelo.
Era acercamientos esporádicos, el encuentro no tenía ni orden ni concierto, debido en parte al escaso protagonismo de los centrocampistas del Real Madrid. Xabi y Gago no conectaban, Granero estaba difuminado y sólo Van der Vaart trataba de dar un aire limpio al juego. Luego, Guti, tampoco aportó mucho. Hay un déficit considerable en esta zona y urge tomar medidas en estos próximos meses, donde Florentino Pérez construirá su segundo proyecto.
En este nuevo plan debería estar Van der Vaart. El holandés fue de lo más potable, y no sólo por marcar el tanto del empate nada más regresar de los vestuarios. Estuvo activo y ayudando en todas las facetas. Derrochó compromiso con la causa. Otros, sin embargo, se dejaron llevar por las olas malacitanas, esas mismas que hicieron ver al Real Madrid que los sueños, sueños son.