El Real Madrid vivía en un sueño.
Ese sueño con dirección a un nuevo campeonato de Liga. Los compromisos se
resolvían a base de explotar el arsenal ofensivo y derrochar fuerza. Nada más.
Era suficiente. Hasta ayer, donde enfrente estaba el Barcelona, un conjunto
orquestado, sobresaliente en el toque y con enorme dinamita. Es decir, un
adversario de talla. Y sucedió lo lógico. El Barcelona, con Xavi como
director y Messi como verdugo, devolvió al Real Madrid a la cruda
realidad.
La Liga, no obstante, no está resuelta, según muestran
las matemáticas. Todavía faltan veintiún puntos en disputa. Toda una enormidad.
Quién no tiene un despiste, un día nefasto para sus intereses. Hasta el mismo
Barça. Sería otro sueño, ese estado al que irán entrando los madridistas toda
vez haya digerido esta dolorosa derrota. La realidad dice todo lo contrario. Los
blaugranas se sitúan con cuatro puntos de ventaja, los tres sumados esta noche
en el Santiago Bernabéu y ese otro de regalo consecuencia del ‘goal-average’. El
círculo se cierra con otra conclusión: los blancos están obligados a
sumar de tres en tres. Y habrá que observar cómo evolucionan tras este
meneo recibido a manos del máximo rival histórico.
Son, a groso modo, algunos de los efectos, de la conquista de Chamartín (ningún visitante había ganado en Liga) por parte de las tropas de Guardiola. Las otras, las más profundas, irán brotando en los próximos días, como si deben seguir determinados futbolistas, si debe contratarse a uno u otro, si debe cambiarse de modelo deportivo, si debe mantenerse a Pellegrini (abucheado tras sacar a Benzema en lugar de Higuaín)… en fin, cuestiones tópicas de estos meses finales del ejercicio, máxime cuando no hay Copa, no hay Champions y, posiblemente, tampoco haya Liga.
Hasta que las matemáticas digan lo contrario, el Real Madrid defenderá sus opciones al trofeo, aunque, sin duda alguna, la pasada noche ha dado un paso atrás. Muy atrás. Quizá demasiado. No sólo debido a la derrota, sino a las diferencias vistas respecto al Barcelona. Que son muchas.
Xavi descompone a Pellegrini
Para empezar, la cuestión
táctica. Pellegrini optó por una agobiante presión y ceder el balón al
Barça. Esto último se ha repetido ante cualquier enemigo, dicho sea de
paso. Admisible, aunque discrepante cuando enfrente están futbolistas de un
enorme talento. Tarde o temprano acabarán descubriendo el agujero. A los
azulgranas no se les nubla la visión como sucede a otros equipos. Una tarea que
exigía, por otra parte, un enorme desgaste físico, y este Real Madrid no está al
cien por cien. Mucho menos trabajado tácticamente. Había presión, pero no acabó
de ser ordenada y se resquebrajó al primer golpe en el mentón. Táctica de equipo
menor, de conjunto timorato. ¿No sería más lógico tener el balón? Pero
esto tampoco es posible. No hay centrocampistas dotados de estar artes.
Pellegrini no tiene la culpa, o quizá sí; Guti, en el banquillo y Granero, en la
grada.
Y sucedió lo lógico, justamente cuando muchos empezaban a preguntarse si estaban los dos mejores equipos sobre el campo. No había ocasiones de gol. A la media hora, Xavi, sometido a estos tormentos día sí y día también, acabó hallando el pase definitivo. Era cuestión de tiempo. Messi, cómo no, hizo el resto entre Albiol y Casillas. Y se acabó el encuentro.
El Real Madrid se deslavazó. Empezó a moverse a impulsos, a base de individualidades, como esperando que esa dinamita, tan habitual ante otro tipo de rivales, acabase reconduciendo la situación. No siempre esta receta es suficiente. Y más cuando este Real Madrid demostró, una vez más, sus carencias de fútbol. Y porque tampoco contaron con que este Barcelona no es precisamente como el resto. Su defensa está bien armada y sus centrocampistas saben cómo y cuando dar mayor o menor movilidad al balón. Consecuencia: cero disparos entre los tres palos en el primer acto. Inaudito.
El descanso tampoco refrescó las ideas. Lo mismo de antes, pero con más desajustes y más huecos. El Barça se relamía. Y, mientras Guti aguardaba a saltar al campo, Pedro hizo el segundo en una contra. ¿La asistencia? De Xavi, quién sino. Volvió a encontrar el hueco.
Y el resto es historia. El Real Madrid, con Guti, tuvo más balón, aunque quizá se debiera a que el Barcelona levantó el pie del acelerador. Pero nunca se descompuso. Siempre supo moverse según lo exigían las condiciones del encuentro. No hizo más goles porque tuvo piedad de su adversario y porque Casillas acertó en dos manos a manos ante Messi. La sensación de poderío era enorme. Ni siquiera se agobiaron cuando vieron cómo Van der Vaart se quedó delante de Víctor Valdés. Éste salvó el tanto, ese gol que hubiera animado el clásico. Fue la oportunidad, el resto fueron disparos desde lejos entre una mezcla de gestos de contrariedad ante el resultado.
Un marcador que sitúa mucho más lejos el título de Liga, aunque sólo haya tres puntos de diferencia (aparte del ‘goal-average’), porque este Barcelona sí sabe a qué juega, mientras que el Real Madrid, que quedó en evidencia (como contra el Lyon), sólo se mueve al son de la música de Cristiano Ronaldo, claro perdedor en su duelo con Messi. Lo dicho, el Real Madrid se reencontró con la cruda realidad.