El arte no tiene precio. Los artistas se expresan
en sus obras tratando de agitar sentimientos en el espectador, tarea nada
sencilla porque o se consigue o se es un artista sin recorrido.
Cristiano Ronaldo pertenece al grupo de los primeros. Es un
artista de otro mundo. Y verdaderamente sí agita sentimientos. Lo hace entre el
madridismo. Y lo hace con esos valores siempre compañeros de este club:
talento, garra y lucha, nunca rendirse. Él sólo resucitó a todo un
Real Madrid cuyas opciones en Liga se marchaban por el desagüe.
No hay otra versión.
Faltaban dos minutos para la conclusión, ciento veinte segundos para empezar los actos funerarios del proyecto de Florentino Pérez. La mortaja deportiva ya estaba preparada. Ya se veían caras de resignación. Osasuna estaba a dos minutos de firmar el acta de defunción cuando se encontró con Cristiano Ronaldo. Un tormento durante toda la tarde y un resucitador en el tramo decisivo. El luso remató de cabeza un centro de Higuaín en el último suspiro, suficiente para cerrar la enésima remontada, y después de superarse momentos de alteraciones anímicas. Este artista dibujó de esta forma tan precisa y pulcra una manera de agitar esos sentimientos de los madridistas, de mantenerlos conectados a la Liga.
La explicación a esta forma de actuar se encuentra en ese gen competitivo que le arde desde su infancia en sus entrañas. No hay otra explicación. Porque no sólo apareció para firmar el tanto decisivo, sino para recuperar un balón que se pierde junto a la banda, presionar el saque del portero, reclamar más ímpetu a sus compañeros… es un ganador nato. Y esto entronca mucho con los valores de siempre del club de Chamartín. El portugués no sólo mostró su capacidad artística en los minutos de máximo agobio; anteriormente anotó el primero de los tres goles, después de otra exhibición de velocidad, recortes y pegada. Otra obra de arte. Y no hubo más de milagro. O, mejor dicho, gracias a Ricardo.
Individuales antes que colectivos
Este gol fue otra
botella de oxígeno después de ver como se complicó un compromiso con aroma de
trámite administrativo. No lo fue porque Albiol obsequió a Aranda con
una precisa asistencia cuando sólo habían transcurrido siete minutos.
Un simple accidente, la verdad, aunque con otros significados, vistos en los
minutos sucesivos, como el descosido existente en la arquitectura colectiva del
equipo. En un deporte colectivo como este, en el Real Madrid se prima a los
solistas en vez del grupo. Y eso que Granero -sustituto del tocado Guti-
y Kaká se movieron con cierta comodidad entre líneas creando ocasiones
para no tener complicaciones. Ésta vez, aparte de tener desajustado el punto de
mira, falló el planteamiento del cuadro de Camacho. Nada asustadizo con el
escenario y las necesidades de puntuar del Real Madrid.
Lo demuestra su insistencia en ataque, como cuando Vadocz marcó el segundo aprovechando un saque de banda; la organización en el círculo central; o la firmeza en defensa. Y por no hablar de la tranquilidad con la que afrontaron la cita, a pesar de jugarse parte de su futuro en la categoría. Todo esto no fue suficiente ni para irse con ventaja al descanso. Granero asistió y Marcelo, inconmensurable durante los noventa minutos, aplazó el efecto psicológico de lo vivido en el primer acto.
Marcelo es de los pocos que sigue a Cristiano Ronaldo. Está en su juventud, en su mejor versión. Porque el resto del grupo no siempre tiene la capacidad de mantenerse en la estela del portugués. Aunque nunca dejan de luchar no siempre encuentran sintonía y eso acaba notándose cuando aparecen las urgencias. Se juega como en el patio del colegio. Sin orden ni concierto. Y las urgencias no fueron críticas porque ni Vadocz ni Masoud acertaron en un mano a mano ante Casillas cuando al Real Madrid ya sólo le sostenía la épica.
De nuevo, el Real Madrid jugó un encuentro sin fútbol, carece de alharacas, nada cosmético, aunque, a estas alturas, estas cuestiones son más que secundarias, máxime cuando se tiene a un artista de la calidad de Cristiano Ronaldo. Él sólo resucitó la Liga y expuso los valores de siempre del madridismo para disgusto del Barcelona.